El arte de una flagship

En la serie Pose, uno de los personajes principales decidía esparcir las cenizas de su novio difunto en la quinta avenida, porque a él le encantaba ir de tiendas. No cuesta imaginar esas partículas grisáceas arrastradas por el viento, pululando entre los transeúntes  hasta colarse en un espacio de mármol y terrazo, techos altísimos y escaleras solemnes, lo que sería  un mausoleo más que una  tienda. Y es que las ideas más locas siempre tienen su lógica si se sabe dónde buscarla. 

Hace unos 35 años surgió la tendencia a privilegiar un espacio sobre los otros idénticos de una misma cadena o marca. Una tienda que es la más grande, la más céntrica o  la que más factura y a la que se dio en llamar flagship store. La cosa se fue de mano cuando la construcción de estas tiendas insignia se encargó a  arquitectos como David Chipperfield, Rem Koolhas o Frank Gehry. El proyecto arquitectónico se impuso y las prendas pasaron a un segundo plano, incluso las ventas, porque  lo que allí se presentaba era algo abstracto e infinitamente más valioso, el concepto de marca. Así surgieron en las grandes ciudades, primero en las occidentales y luego en las asiáticas, estas construcciones de notable valor artístico y cultural. 

Uno de los nombres más notables en el campo de las flagship stores es el de la arquitecta y ex editora de moda Sophie Hicks, su estudio ha realizado proyectos para Yohji Yamamoto, Chloé, Acne Studios y Paul Smith. Ella misma cuenta que para el proceso de diseño de la tienda de Acne Studios en Seoul tuvo que pasar varias semanas en Suecia. La británica necesitaba capturar la esencia del país de origen de la marca y conseguir llevarla a un ambiente tan diferente como el de la capital surcoreana. En ese tiempo realizó un estudio de la luz escandinava, los materiales de construcción y los valores del pueblo sueco, célebre por su modestia y discreción. El resultado es una edificio adusto, con paredes de policarbonato que filtra la luz exterior y junto a los fluorescentes del techo la convierten en la luz grisácea característica de Estocolmo, la decoración es casi nula. El edificio descansa sobre un pequeño jardín compuesto por vegetación escandinava, estableciendo una parcela que aleja al visitante miles de kilómetros en su solo paso, desde las ruidosas calles de Seoul a la tranquilidad nórdica. 

Este propósito de encajar un lugar dentro de otro a miles de km nos lleva inevitablemente a la obra de  Giuseppe Zampiere, creador de las flagship de Valentino, Bally y Brioni en cooperación con David Chipperfield Arquitects. El italiano ha sabido llevar la impronta de su país, y el de todas estas marcas,  a ciudades como París o Nueva York. Así ocurre en la tienda de Brioni en la capital francesa cuyo interior es casi todo travertino, una piedra que es la esencia de Roma. El espacio minorista de Valentino en la quinta avenida está revestido de terrazzo y cuenta con altas columnas de mármol, algo tan italiano como la misma marca.

Otros arquitectos, asociados a marcas con un  concepto menos arraigado a una cultura o país concreto, han creado obras sorprendentes, quizás menos lujosas pero igual de emblemáticas. Es el caso de Rafael de Cárdenas, antiguo diseñador de Calvin Klein, y autor del gimnasio más cool del planeta, solo para invitados y de la firma Nike. O la tienda contenedor de Puma del estudio LOT-EK, compuesta por varios módulos y transportable de una ciudad a otra. 

Podríamos dedicar varios libros a hablar de estas joyas urbanas, una forma que ha tenido el capitalismo de brindarnos una grandeza arquitectónica que de otra manera sería difícil de financiar. Cada gran ciudad alberga varios de estos espacios e invitamos a nuestros lectores a incluirlos en sus guías de viajes.

Agradecimientos a la portada Photo by Jonas Lee on Unsplash