¿Hay futuro para las revistas de moda?

Hace más de una década hablaba con un buen amigo, por aquel entonces redactor  en una revista de moda para hombres, del alto precio del papel. Imprimir en alta calidad  páginas satinadas con ese olor característico al que pocas cosas son comparables, era ya un lujo. Probablemente en ese momento mi Blackberry descansaba en uno de los bolsillos del abrigo sin que le prestara la menor atención, entonces era habitual perder el teléfono cada pocos meses como el objeto prescindible que era. 

 
 
 
 
 
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Hace quince años las novedades en el mundo de la moda se adquirían con gran expectación y semanas de retraso en los benditos kioscos. Recuerdo dos con especial cariño, el de la calle Goya en Madrid y Riego de Agua en A Coruña, en cualquiera de ellos podías encontrar más de 30 publicaciones nacionales e internacionales dedicadas a la moda. 

Hoy en día los dos siguen en el mismo sitio pero muchas de aquellas revistas han desaparecido. Pobres inocentes, quejándonos del precio del papel no teníamos ni idea de la que se venía encima. 

Las revistas de corte independiente, como la que empleaba a mi amigo, cobraron relevancia en los años 80, seguían una línea editorial disruptiva, presentando fotógrafos, modelos y marcas desconocidas , rompiendo tabúes y secuenciando con años de antelación lo que la moda mainstream acabaría por aceptar. Su modelo de negocio no se basaba en la publicidad, que supone hasta un 40% de las páginas en las revistas clásicas, sino en la venta de ejemplares. Un sueño periodístico en el que a  los redactores, fotógrafos, estilistas … se les permitía crear con libertad y cuya única obligación era para con el lector. Los profesionales y aficionados de la  moda compartían la visión de que una revista era una pequeña obra de arte, de edición limitada e irrepetible, por la que no importaba pagar un precio relativamente elevado. En la década de los 00´s estas publicaciones costaban hasta 4 veces más que Vogue y en el caso de los números bianuales podían llegar a costar 8 veces más. Fue la época dorada de ID, Dazed &Confused, Purple, Wonderland, Fantastic Man, Gentlewoman o las nacionales Vanidad, B-Guided, Tendencias o Neo2. Hasta que a finales de la década, la penúltima crisis económica golpeó con fuerza al sector de la prensa y se llevó consigo a gran parte de aquellas cabeceras. 

Las revistas de papel se encomendaron a sus versiones digitales, fortalecieron sus páginas web y  su presencia en redes sociales, mientras la preciada información que las había encumbrado perdía su valor. Los motivos fueron varios, por un lado la calidad de producción de contenidos se desplomó debido a la dictadura de lo inmediato y las constricciones de forma en las redes sociales. El propio Guy Bourdin explicaba que no tenía sentido el nivel de detalle de la fotografía de moda cuando esta sería visualizada en una pequeña pantalla y debía tratar de captar la atención del espectador en apenas unas décimas de segundo, sencillamente no merecía la pena el esfuerzo. Además el mundo digital complicaba mucho la diferenciación, en todas partes surgían prescriptores de moda con contenidos de baja calidad que sin embargo captaban la atención del público. Todo era demasiado nuevo y los cantos de sirena del número de seguidores se consideraba un criterio para medir el valor publicitario, el tiempo y la experiencia han demostrado que en la mayoría de los casos el valor prescriptor era nulo, pero esa competencia mermaba los ingresos en publicidad. Medios de referencia como NY Times optaron por un modelo de pago mediante suscripción, algo que en moda tampoco acabó calando. Ni siquiera el Netflix para prensa online  tuvo suficiente aceptación. Si las publicaciones ya ofrecían parte de su contenido gratis en Instagram o en su propia web, ¿Por qué pagar por ello?  

 
 
 
 
 
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Bien, para los nacidos antes de la caída del muro de Berlín, aún existe el amor por el peso y el olor de la hoja impresa, la memoria de pasar la tarde leyendo en casa, de prestar una revista a un amigo o de guardarlas para la posteridad. A día de hoy, muchos de los potenciales consumidores de cabeceras de moda nunca han vivido estas experiencias. Mis querid@s alumnos no compran revistas, ninguno de sus amigos lo hace y tampoco ven la necesidad. Tienen pinterest e Instagram y ven editoriales o desfiles solo en parte, pero para ellos es suficiente. No leen artículos porque están acostumbrados a los posts, y si estos superan cierto número de caracteres ya no resultan atractivos. El panorama no es alentador, pero curiosamente la omnipresente pandemia ha puesto en valor lo tangible, y parece que existe un pequeño revival del papel. Si medimos el valor de las cosas en función de lo felices que nos hacen, puedo decir que un solo número de The Face vale más que todos los posts en redes sociales que he visto este año. Digerir cultura de forma compulsiva no nos aporta felicidad, ni verdadero conocimiento, eliminar los detalles es cargarse la verdad de las cosas hasta hacerlas desaparecer, por eso el sistema que todo lo fagocita para convertirlo en materia desechable causa tanta desazón.